lunes, 1 de septiembre de 2008

Manuela

Cuando se despertó supo que podría conseguir todo cuanto desease. Óscar dormitaba a su lado, ajeno al torbellino de felicidad que azotaba a su compañera. Habían pasado un día maravilloso, completamente perfecto, perfectamente completo. Tenían todo cuanto una persona podía necesitar para ser feliz. Y lo sabía, y disfrutaba de ese momento, recordaba lo que habían hecho, imaginaba lo que les quedaba por hacer. Se sentía pletórica.

No había sido un viernes cualquiera. En el trabajó ya sentía esa sensación de plenitud. Sabía que ese trabajo había sido hecho para ella, le encantaba, iba a trabajar cada mañana como quien va a un parque de atracciones, pero ayer, ayer parecía que todo era diferente, hasta la gente parecía otra gente. Hasta el mismísimo Felipe parecía de buen humor.

Tomó café con Pilar, su amiga de toda la vida a la que solo ve en momentos de necesidad, cuando se producen, lo que ellas llaman, grandes dramas de la humanidad. Pero esta vez, todo estaba bien. Simplemente, Pilar tenía ganas de verla.

Óscar fue a recogerla al trabajo, comieron juntos en un restaurante nuevo del centro, monísimo, buenísimo, y muy agradable. Por la tarde pasearon, rieron, tomaron algo con unos amigos, fueron a cenar, al teatro, a dar una vuelta… Nada excepcional, pero increíblemente irrepetible.

Hicieron el amor por primera vez, ahora lo sabía. Se habían acostado otras veces, pero nunca como aquella. Era como si el mundo se hubiera vuelto loco y todo pasara para hacerla feliz.

Deseó que esa sensación se repitiera eternamente, lo deseó con todas sus fuerzas.

Volvió a dormirse, convencida de que así sería.

Todo lo que desease, se haría realidad.

1 comentario:

Rubén Vázquez dijo...

La madre que te parió, qué bien escribes!! Necesito más, así que espero que actualices a menudo, que estoy emocionado con tus cosas, jeje. Muaks!